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El hígado es el segundo órgano más grande del cuerpo y es el más metabólicamente activo, puesto que está encargado de desintoxicar, procesar y distribuir todo lo que se absorbe en el sistema gastrointestinal. Por esto, está expuesto a múltiples tóxicos y organismos patógenos a la vez de ser susceptible a malfunciones anatómicas, metabólicas y autoinmunes, desórdenes hereditarios y procesos cancerosos como cualquier otro órgano del cuerpo. Con esta introducción es fácil entender cómo una discusión extensa de las enfermedades del hígado puede llenar varios libros de texto. Para propósitos de esta orientación, vamos a simplificar al extremo los posibles padecimientos de este complicado órgano. Los problemas del hígado se pueden clasificar en agudos o crónicos. Agudo significa un problema nuevo que se espera que se resuelva en un tiempo relativamente corto (aunque puede causar la muerte si no se resuelve). Crónico significa que lleva tiempo sucediendo y probablemente tomará un tiempo relativamente largo para resolverse (en caso de ser posible). Algunos problemas que inicialmente son agudos, pueden entrar en etapa crónica si no se resuelven a tiempo. Es importante señalar que la designación de agudo o crónico no infiere de ninguna manera severidad de la condición. Ya habiendo sacado del medio la introducción y las definiciones, comenzaremos por los problemas agudos más comunes. Ingestión exagerada de alcohol, hepatitis virales (mayormente A&B) e intoxicación por drogas (principalmente acetaminofén) son las causas más frecuentes de daño agudo al hígado. El tratamiento usual para estas condiciones es retirar inmediatamente la causa de la condición cuando es posible y mantener al paciente monitorizado mientras se corrigen los desórdenes secundarios que se presenten, como por ejemplo, oxigenación, hidratación y nutrición. Si el paciente sobrevive a esta fase, usualmente el hígado se regenera completamente y no quedan secuelas del evento. Algunas veces se entra en fallo hepático fulminante y la única solución es un transplante de hígado inmediato. En algunos casos como hepatitis B, el problema agudo se puede resolver, pero luego pasar a una fase crónica. Entre las causas de enfermedad crónica de hígado encontramos el uso constante de alcohol, algunos medicamentos, infecciones como hepatitis B&C, problemas hereditarios (como absorción desmedida de hierro y cobre, deficiencias en algunas enzimas), problemas autoinmunes (como hepatitis autoinmune y cirrosis biliar primaria), colangitis esclerosante primaria, problemas de los vasos sanguíneos que van al hígado y finalmente la causa más frecuente de referido a las clínicas de gastroenterología, hígado graso, con el subsecuente desarrollo de hepatitis grasa, si no se corrige a tiempo. Las condiciones crónicas del hígado van mermando poco a poco la capacidad que tiene el hígado para funcionar y regenerarse. Eventualmente puede llegar a un punto sin regreso, lo que se conoce como cirrosis hepática. A estas alturas, el mal funcionamiento del hígado puede provocar efectos desastrosos en otros órganos, como lo son desorientación, sangrado por várices esofágicas o gástricas, gastropatía congestiva, acumulación de fluido en el abdomen, infecciones abdominales, hinchazón de las extremidades y problemas de coagulación. También hay cerca de un 25% de riesgo de desarrollar cáncer de hígado cuando se llega a esta etapa. El tratamiento varía dependiendo de la condición, pero independientemente cuál sea, hay mejores probabilidades de evitar una complicación, transplante o muerte si se evalúa a tiempo. Consulte a su gastroenterólogo si tiene alguna de las condiciones antes mencionadas o si tiene síntomas que sospeche pueden venir de un mal funcionamiento de su hígado. |
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